30 de agosto de 2011

Revolución anti-neoliberal social estudiantil en Chile

Manifiesto de Historiadores: Revolución anti-neoliberal social estudiantil en Chile


Las calles, plazas y puentes de todas las ciudades a lo largo de Chile se han transformado en las arterias donde fluyen y circulan miles de estudiantes y ciudadanos,entonando y gritando las demandas por cambios estructurales en la educación los que, a su vez, exigen cambios sustanciales en el paradigma económico, en el carácter y rol del Estado y en su conjunto, en el pacto social constitucional del país.

Desde hace meses las movilizaciones no han cesado, recuperándose y adaptándose algunas consignas de antaño, cantándose nuevas que apuntan críticamente al corazón del modelo social y económico financiero neoliberal actual: el mercado, el crédito, el endeudamiento, el lucro, la inequidad social y educativa.

Y si bien inicialmente parecía que se hubieran abierto, al fin, las Alamedas, marcando la llegada de la hora histórica anunciada por el discurso final de Allende, el desarrollo de los acontecimientos con el recrudecimiento de la represión policial, las amenazas y amedrentamiento a los/as dirigentes estudiantiles por parte de adherentes oficialistas y la actuación provocativa de policías encapuchados infiltrados de civil, nos recuerdan que estamos en un régimen político dirigido por la derecha chilena, heredera de las prácticas de la dictadura militar y verdadera fundadora del régimen neo-liberal que busca resguardar. Y mientras los jóvenes copan el cuerpo de Chile y la represión enfurece, suenan los cacerolazos del apoyo ciudadano, recordando el tiempo de las protestas.

Si no ha llegado aún el tiempo de las alamedas, ha brotado con fuerza la voluntad de poder de la nueva generación para presionar sobre ellas hasta lograr su verdadera Apertura histórica.

Los que realizamos el oficio de historiar nos preguntamos acerca del carácter de este movimiento y del significado de su irrupción histórica. ¿Se trata de una fase más del movimiento estudiantil post-dictadura? ¿Corresponden sus demandas a reivindicaciones básicamente sectoriales? ¿Cuál es la forma de hacer política de este movimiento? ¿Qué relación tiene este movimiento con la historia de Chile y su fractura provocada por el golpe armado de 1973? ¿Cómo se articula este movimiento con el camino y orientación de la historicidad secular de Chile? ¿Qué memoria social y política ciudadana ha activado la irrupción callejera y discursiva estudiantil?

Si bien es arriesgado responder a estas preguntas cuando se trata de un movimiento en marcha, los que aquí firmamos lo hacemos como una necesidad de aportar desde la trinchera de nuestro oficio, con la plena convicción de que estamos ante un acontecimiento nacional que exige nuestro pronunciamiento, sumándonos a tantos otros que se han realizado y se realizan cotidianamente desde distintos frentes institucionales, gremiales y civiles.

1. Consideramos, en primer lugar, que estamos ante un movimiento de carácter revolucionario anti-neoliberal. Las demandas del movimiento estudiantil emergen desde la situación específica de la estructura educativa del país, basada en el principio de la desigualdad social; una transformación a esta estructura –como bien lo dicen los gritos callejeros- exige un cambio sistémico en el modelo neo-liberal, que hace del principio de desigualdad (fundado en la mercantilización de todos los factores y en la consiguiente capacidad de compra de cada cual) la clave ordenadora de las relaciones sociales y del pacto social. Correspondiente con este principio de ordenamiento, la figura política del Estado neo-liberal se perfila como un aparato mediador, neutralizador y garante, a través de sus propias políticas sociales, de dicho principio des-igualitario; estructura económico-política sustentada en la escritura de una carta constitucional legitimadora de dicho principio.

No es de extrañar, así, que el movimiento estudiantil actual encuentre un tan amplio respaldo ciudadano: en la categoría dicotómica de “deudores” respecto de un grupo legalmente abusivo y corrupto de “acreedores”, se encuentra la mayoría de los chilenos que grita y cacerolea su apoyo a los estudiantes: porque los estudiantes no son solo “estudiantes” sino que son ellos mismos en tanto deudores. Porque no sólo los estudiantes viven en el principio de la desigualdad, sino la mayoría social chilena actual lo sufre en carne propia. Lo social particular y lo social general se auto-pertenecen y se auto-identifican mutuamente en una unidad que se construye y se concientiza sobre la marcha.

Así, el movimiento estudiantil, aparentemente sectorial, constituye un “movimiento social” que, al tocar el nervio estructurante del sistema, irradia e identifica a la sociedad civil ampliada, reproduciendo socialmente la fuerza de manifestación de su poder, descongelando el miedo y aglutinando los discursos y las prácticas fragmentadas.

Es decir, el movimiento estudiantil actual tiene un carácter radical en cuanto busca revertir el principio neoliberal de la desigualdad que construye la sociedad actual, por el principio de la igualdad social (basado en un sistema de “derechos sociales ciudadanos”), promesa irrenunciable de la modernidad, a pesar de cualquier post/modernidad; principio que, desde la esfera educativa chilena, se propaga como fragancia de nueva primavera a todas las esferas de la sociedad.

2. Este movimiento ha comenzado a recuperar lo político para la sociedad civil, poniendo en cuestionamiento la lógica de la política intramuros, y con ello el modelo de seudo-democracia y legalidad que no ha cortado el cordón umbilical con la dictadura.

Se trata de una política deliberativa en el más amplio sentido de la palabra, que trasciende los esquemas partidarios (a pesar de las militancias personales de algunos dirigentes). El movimiento muestra cómo, a través de la orgánica de las bases movilizadas, con el apoyo de las redes comunicacionales (“política en red”), se ejerce el poder de las masas en el escenario público, presionando por la transformación de las estructuras. Este hecho está replanteando los fundamentos del cambio social histórico, cuestionando las modalidades verticalistas y representativas, propias de la premisa moderna, propiciando activamente formas de democracia directa y descentralizada.

Por otra parte, respecto de la relación del movimiento con el sistema político y el gobierno actualmente imperante, este movimiento corresponde a un nuevo momento de su trayectoria histórica posdictadura, en el cual la vinculación con la institucionalidad se realiza básicamente desde la calle, no habiendo entrado a la negociación institucional dada al interior de los recintos gubernamentales. Desde esta perspectiva, lo nuevo de este movimiento es la “política abierta” o “política en la calle” que, al mismo tiempo que permite mantener el control del territorio propio de la sociedad civil, difunde y transparenta su discurso, su texto y sus prácticas a plena intemperie, ante toda la ciudadanía. La política clásica de los gobiernos concertacionistas de “invitación al diálogo” se ha vuelto una trampa ineficaz, manteniendo el movimiento social actual la fuerza de sus propias prácticas de poder.

Así, las movilizaciones estudiantiles y sociales que hoy se desarrollan a partir de las demandas por la educación, no sólo ciudadanizan lo educativo y lo sitúan como base fundamental del proyecto de sociedad, sino que dan cuenta de la crisis del sistema político, cuestionando y transgrediendo la “democracia de los acuerdos”, consagrada como principal herramienta para neutralizar y postergar las demandas sociales Esta nueva política encuentra su expresión manifiesta en un tipo de protesta social que rompe los marcos impuestos tanto por la cultura del terror de la dictadura, como la del “bien mayor” de la transición. A través de una incansable apropiación del espacio público y, en general, a través de prácticas corporales de no-violencia activa, el movimiento ha generado múltiples acciones culturales en un lenguaje rico, plástico, inclusivo y audaz que interpela el cerco de la represión policial y de los medios que criminalizan la protesta.

3. Si bien este movimiento corresponde a un momento nuevo de la política y de la historia social posdictadura, este sólo puede comprenderse desde la perspectiva más amplia de la historicidad siglo xx en Chile. En el curso de ésta, la equidad educacional junto a las limitaciones legales impuestas al capitalismo anárquico, habían alcanzado una maduración estructural en los años ‘60 y ‘70, siendo este proceso abortado con el golpe del ’73 en su fase de plena consolidación. El movimiento social estudiantil actual es expresión de la voluntad y del acto de recuperación de esa hebra rota de nuestra historicidad. Es la irrupción del brote de la semilla que fue pisada y soterrada por la bota dictatorial y el neoliberalismo. Es el renacimiento, en la nueva generación, del sueño y voluntad de sus padres de fundar una sociedad basada en la democracia, la justicia social y los derechos humanos fundamentales, de los que la educación es uno de sus campos más fértiles.

En efecto, el pacto social educativo alcanzado en los ’60 y ’70 fue el fruto de una larga lucha dada por muchas generaciones desde mediados del s. xix. Proceso y lucha que consistió básicamente en la voluntad política progresiva de arrancar los niños proletarizados en el mercado laboral, para escolarizarlos, como una vía hacia una sociedad más equitativa y como un camino de emancipación social y cultural.

Este trayecto histórico, que involucró a toda la sociedad, alcanzó a producir semillas que fructificaron en las décadas del ’60 y ’70 cuando el Estado y la sociedad civil hicieron del pacto social educativo uno de sus más caros proyectos de construcción de nueva sociedad democrática. Es ese proceso el que hoy irrumpe nuevamente en el discurso y en la práctica del movimiento estudiantil. Se trata de una generación que no acepta volver a ser objeto de mercado al que deban proletarizarse sin mas, ya por la vía del endeudamiento o de una educación de mala calidad. Lo que está en juego y que hoy se encarna en este movimiento, es el “proyecto y pacto social educativo republicano/democrático” chileno, como principio ético-político de igualdad social.

Aquí radica la densidad histórica de este movimiento, produciendo, a su paso, una irrupción de memoria histórica en el seno de la ciudadanía: la memoria de los padres y abuelos que marchan y cacerolean su apoyo a la nueva generación que está recogiendo y tejiendo a su modo la hebra de nuestra historicidad.

Así, en su triple carácter dado por su alcance revolucionario anti-neoliberal, por la recuperación de la política para la sociedad civil y por su conexión con la historicidad profunda del movimiento popular de Chile contemporáneo, el actual movimiento ciudadano que los estudiantes de nuestro país aparecen encabezando con fuerza, decisión y clara vocación de poder, recoge y reinstala las dimensiones más consistentes que la frustrada transición chilena a la democracia sacrificó.

* * *

A través de estas breves reflexiones este grupo de historiadores/as chilenas, con el apoyo de mucho/as, saludamos al movimiento estudiantil y adherimos a las reivindicaciones estructurales que ellos han instalado sobre la política chilena. Saludamos y nos sumamos a las demandas de Asamblea Constituyente.

Al mismo tiempo, invitamos a no ver a este movimiento actuando en la sola coyuntura de este gobierno de derecha, sino a tomar conciencia de que este es un momento de un proceso histórico ya en marcha, cuyo principal fruto sin duda será dejar instalada definitivamente la demanda de las reformas estructurales al neoliberalismo, como irrenunciable voluntad de poder de la ciudadanía y como agenda indispensable de los proyectos políticos inmediatos y porvenir.

Agosto del 2011

23 de agosto de 2011

¿Qué nos dicen las insubordinaciones sociales del último tiempo?

Hoy en Argentina circula la idea (y la sensación) de que la crisis es algo que pasa en otro lado. La crisis económica –cada vez mayor en los países del primer mundo- pero también la crisis política, que avanza al ritmo de las movilizaciones estudiantiles en Chile, las insurrecciones callejeras en Londres, el malestar social como clima imperante en Europa y en más sitios como en Egipto o Israel. ¿Qué pasa en nuestro país en relación con este contexto? ¿Qué forma va tomando entre nosotros el conflicto político? ¿Qué distancias y continuidades encontramos con el resto del mundo?

Mientras que los conflictos en Gran Bretaña y en Chile involucran a las clases medias y bajas urbanas y ocurren en las capitales, en Argentina una conflictividad creciente en torno a la tierra aparece desplazada, difuminada en el territorio. La toma de tierras en el ingenio Ledesma en la provincia de Jujuy y su saldo de represión y muerte es la expresión de un tipo de conflictividad social latente, que se genera en torno al problema de la vivienda y la propiedad de la tierra.

Al igual que en Europa, se trata de casos de desborde social, formas más o menos espontáneas (lo que no quita la preexistencia de organizaciones, redes punteriles y militancias varias), donde la acción prevalece sobre la organización. No hay puntos consensuados de antemano: una consigna, una dirección. Hay una especie de disponibilidad compartida que se expresa en la acción. Dicho esto, ¿pueden asociarse los conflictos sociales locales a la situación europea o, más próxima, a la chilena?

A modo de hipótesis provisoria, vamos a sostener que en Europa la crisis es producto del recorte/la escasez de los recursos, y del desarme de las estructuras de bienestar social, mientras que en Argentina los conflictos se explican en un contexto de abundancia, al interior de un ciclo de alza económica y de un consenso antineoliberal muchos más desplegado que en Europa o Chile. En los países europeos, al igual que acá en el 2001, hay un contexto de limitación del empleo, del gasto y del consumo. En Argentina, si diez años atrás se cerraban las empresas, hoy aumenta la producción. Empresas millonarias, como la azucarera Ledesma (que está en el foco material y simbólico de las tomas de Jujuy), se ecuentran en el centro de esta dinámica.

No se trata –claramente- de un contexto en el que no hay pobreza, sino de una constitución diferente de esos sectores que se mantienen en la pobreza. Podemos decir que hay “abundancia en la pobreza”. Antes había pobreza en la pobreza, el problema era el hambre, las condiciones de vida más inmediatas. Las clases llamadas “bajas” eran consideradas un excedente absoluto: no había trabajo, dinero ni espacio suficiente para ellas. Hoy, en cambio, esta franja social no es ajena, incluso en su pobreza (niveles paupérrimos de vivienda, carencia de tierras) a las dinámicas de la economía.

Un hábito del pensamiento obstaculiza la comprensión de estos procesos cuando no podemos concebir la acción colectiva de los de abajo por fuera de un contexto de exclusión y miseria sistemática como la que se vivió, con sus oscilaciones, entre el año 76 y 2001. No afirmamos que la tendencia se haya revertido decididamente, pero sí que a diferencia de otros levantamientos de estos tiempos, los conflictos por la tierra son contemporáneos a un contexto de mayor monetarización, a partir del dinamismo extraordinario de una economía esencialmente sojera. Al no profundizarse una transformación estructural, lo más seguro es que si este ciclo se detuviese la situación sería igual o peor que antaño.

Si en 2001 había una disminución de la participación de la gente en la economía, en la actualidad se vive una inserción cada vez mayor; incluso si esa inserción es subordinada, precaria o innoble. La rueda de la producción y el consumo gira al ritmo de las grandes pero también de las pequeñas transacciones. Uno de los grandes mecanismos que así funcionan es el mercado inmobiliario. Las tierras y las casas son objeto de transacción y especulación en todos los estratos sociales. Por eso, ¿podría separarse la toma de tierras de la especulación inmobiliaria?

En una economía de explotación agrícola sojera a cargo de grandes propietarios la tierra es la mercancía estrella. Las políticas de redistribución de la riqueza compensan (si bien de un modo mínimo) la concentración de las ganancias que genera un modelo de producción concentrado. Ante esta situación se pueden desarrollar líneas diversas para la lucha social. Una vía es por aumento de la redistribución, que se da sobre todo a nivel sindical y que tiene, por ahora, como límite el incremento salarial. Otra línea es la de la reapropiación de las condiciones de vivienda y de producción de la propia vida individual y colectiva. La toma de tierras puede ser una forma forzar la redistribución, de plantear una distribución más profunda, de apropiarse de estas condiciones productivas. Pero, en los hechos, pude ser también un lubricante para el mercado de venta de tierras por medio de la reventa, cuando la toma es ocasión para negociar con el gobierno.

La necesidad de tierra para vivir y producir, convive con la tierra como cálculo mercantil. Más que contradicción, lo que hay es ambigüedad: una valencia múltiple, que desafía las categorías políticas clásicas. Nos preguntamos, por ejemplo, si leer la toma en términos de “lucha por el derecho a la vivienda” no es aplanar esa complejidad, un intento de traducirla al lenguaje político que ya entendemos.

Del mismo modo queda inadecuada la idea de organización política. El supuesto de que hay una organización entre quienes participan de la toma conduce a una lectura dislocada de lo que pasa en ella. La toma no se planifica, se hace. Y se la hace menos a partir de una coordinación de tipo comunitaria que de una sensibilidad común, donde la ocupación de un terreno es una acción posible, una posibilidad. También un oportunismo. Tampoco la toma provoca necesariamente el surgimiento de una organización con una fuerza y un discurso unívocos, del tipo de las organizaciones sociales autónomas del 2001.

Desde el principio y nacido al calor de las insurrecciones sociales, el kirchnerismo se caracterizó por una actitud de diálogo con los movimientos sociales y una política de no represión de las manifestaciones y los reclamos. Sus interlocutores son las organizaciones y los discursos que sabe escuchar son aquellos formulados en términos de derechos. ¿Será que cuando una expresión política no cumple con esa forma puede volver a aflorar la represión? Puede ser que el gobierno esté preparado para no reprimir movimientos organizados, ¿qué pasa cuando esa fórmula (movimientos sociales organizados) no se cumple, y aparece más bien un mixto ambivalente de punteros, militancias varias y espontaneismo popular?

En una nota publicada recientemente, Horacio Verbitsky dice que no es que en este último tiempo el gobierno no haya reprimido, sino que actúa bien (con intervenciones políticas, judiciales o de asistencia social) ante los casos de represión, que es cosa diferente. A su vez, las imágenes de los conflictos en Londres y en Chile en estos días hacen visible la distancia que nos separa de los países en los cuales la coerción estatal puede darse en el centro del escenario político. ¿Podría hoy en Argentina el estado actuar visiblemente con esa violencia? ¿La sociedad legitimaría la represión? ¿Cuál sería el costo social?

Chile tiene una historia de gran contundencia de la lucha social, muy atacada desde un estado que tiene una raigambre de agresividad y de dureza que no tiene el estado argentino. La mayor permeabilidad y la tendencia a la contención de los desbordes sociales suponen el desarrollo de un aparato estatal coercitivo más complejo, menos lineal. En nuestro país, el estado puede ser interpelado desde la sociedad, y cuando esa escucha se cierra, la gente sale a la calle (ahí están las historias de la “puebladas” del Cordobazo al 2001 para nombrar solo las últimas décadas).

No es que la lógica estatal no incluya la racionalidad mercantil, está claro que el estado contiene y garantiza las transacciones capitalistas, pero se enraíza, además, en un cierto horizonte de proyecto compartido. Es lo segundo lo que está desintegrado y lo que hoy los proyectos políticos no alcanzan a reparar. Esa descomunión hace que cualquier factor que se presente como integrador goce de cierta legitimidad política. El trabajo, la familia, la educación; instituciones fuertemente cuestionadas por la juventud de los ´60/70, hoy son los mojones del imaginario político. Esto permite que se presentan como herederas de la política setentista unas luchas que pugnan por restituir la sociedad que aquella quería transformar/destruir.

18 de agosto de 2011

Lawrence de Arabia y la (no) batalla de Sol

Este texto del amigo Amador Sabater es una reflexión inspirada en la vitalidad del movimiento 15 de mayo en Madrid, ese que la prensa insiste en llamar “indignados”, y que está produciendo –como se dice en este texto- un autentico “cambio de perspectiva". 


En 1929, los responsables de la Enciclopedia Británica propusieron a T.E. Lawrence, más conocido como Lawrence de Arabia, que redactara la voz “guerrilla” de su decimocuarta edición. Lawrence expuso en el texto los fundamentos teóricos de la guerrilla árabe contra el dominio turco que él mismo dirigió entre 1916 y 1918. En Acuarela Libros publicamos ese maravilloso texto en 2004, acompañado de un estudio complementario a cargo de uno de los miembros del colectivo italiano de escritores Wu Ming, en concreto Wu Ming 4 (por cierto, este otoño publicaremos Estrella de la mañana, la novela de Wu Ming 4 que cuenta con Lawrence como personaje principal). Puedes leer Guerrilla entero aquí.

Mientras releía el librito estos días (apenas sesenta páginas) no podía quitarme de la cabeza en ningún momento las imágenes de lo que vivimos en Madrid durante la primera semana de agosto: la ocupación policial de Sol, las manifestaciones masivas circulando por el centro de Madrid en pleno agosto y la liberación final de la plaza la noche del 5, otra de esas jornadas de fiesta genuina a las que nos está mal acostumbrando el 15-M.

Si una cosa me llevaba a la otra es porque las resonancias son poderosas: nuestra victoria fue la de Lawrence. Entresaco algunas citas de los dos textos, intercalando mis propias reflexiones sobre la no-batalla de Sol. ¿Qué es eso de no-batalla? Es el concepto central de la guerrilla de Lawrence: el conflicto a distancia, que nunca ofrece un blanco al adversario.
La victoria se debe sobre todo una acción intelectiva, a un cambio arbitrario de perspectiva, que no desafía la fuerza del enemigo, sino que la hace vana, la sortea y la vuelve inútil (WM)

Si un punto geométrico particular del mapa del teatro bélico es de importancia estratégica, la victoria no consiste necesariamente en conquistar ese punto, en el que el enemigo se siente inatacable, sino más bien en modificar el mapa entero para convertirlo en un punto de importancia secundaria (WM)

Desplazar la acción a otra parte, insistir en otros puntos, irse a otro sitio y dejar al enemigo que defienda atrincherado un lugar que se ha vuelto inservible. La movilidad cuenta más que la fuerza (WM)

La guarnición de Medina se hallaba encerrada en sus trincheras, desperdiciando su capacidad de maniobra, comiéndose a los animales que ya no sabían cómo alimentar. Les habíamos arrebatado toda capacidad de hacernos daño y, sin embargo, aún seguíamos empeñados en arrebatarles la ciudad. Pero, ¿para hacer qué? Allí eran inofensivos. Desde todos los puntos de vista estaban mejor donde estaban. ¡Dejadles, pues! (L)

Sol fue nuestra Medina. El martes día 2 de agosto desalojaron de malos modos los restos de la acampada y el punto de información. Prácticamente presentaron la operación policial como una operación de limpieza: arrancaron por ejemplo nuestra hermosa placa y la arrojaron a un contenedor. Y así nos sentimos muchos: borrados del mapa sin mediar palabra, como si sólo fuésemos basura, como si no hubiéramos existido nunca. ¡Ya quisieran!

Decidimos demostrarles que se equivocaban y ese mismo día por la tarde nos autoconvocamos pacíficamente en Sol, ya ocupado por la policía. Eramos muchísimos, más de lo que ningún cálculo había podido anticipar. La primera idea era “reconquistar” la plaza, pero se trataba de un objetivo imposible. La relación de fuerzas nos era claramente desfavorable. Durante un largo rato estuvimos allí parados, haciendo ruido frente a los cordones que la policía había establecido en cada una de las nueve arterias de la plaza. Qué hacer…

De pronto un grito: “ciao ciao ciao, nos vamos a Callao”. La consigna prende. Adiós, nos vamos, ahí os quedáis. En lugar de hacer frente, damos la espalda. Un leve giro y, tachán, Madrid entero es nuestro. Empezamos a circular: primero Callao, pero luego también Gran Vía, Alcalá, Paseo del Prado, Atocha, asamblea multitudinaria en la Plaza Mayor a medianoche… Varios miles de personas, pero ni una sola bandera o sigla, mezcla y diversidad, anonimato puro. Cambio de perspectiva, cambio de escenario, cambio de interlocutores, cambio de afectos. Ya no le gritamos nuestra rabia a la policía impasible, sino que nos hacemos presentes por toda la ciudad. Transformamos una situación de impotencia en potencia. Alegría del regate. Tenía razón Lawrence: entrar en Sol, ¿para qué?

Permanecer siempre en un lugar distinto al del enemigo, obligarlo a desangrarse, hacer cada vez más cara la defensa y el mantenimiento de sí mismo, hasta el colapso moral y económico (WM)

Nosotros no teníamos bienes materiales que perder; por eso nuestra mejor línea de conducta era no defender nada y no disparar contra nadie. Nuestras bazas eran la rapidez y el tiempo, no la potencia de fuego (L)

La guarnición de policías de Sol se queda encerrada en su trinchera, protegiendo el vacío. Un día, dos días, tres… Nosotros tenemos todo el tiempo del mundo. ¿Y ellos? Todo esto tiene su coste, que se multiplica cada día que pasa. ¿Qué imagen de Madrid se está transmitiendo al mundo entero? ¿Qué pasa con los negocios que hay en la propia plaza? ¿Cuánto tiempo se puede mantener el centro de la ciudad (también turístico y comercial) cerrado a la circulación de las personas? El propio dispositivo no es sostenible: los policías tienen que hacer horas extras, no hay suficiente reserva para los relevos, el agotamiento se hace cada vez más evidente, el Sindicato de Policía (SUP) emite un comunicado criticando con mucha dureza la decisión de ocupar Sol. “Se veían obligados a comerse a los animales que ya no sabían como alimentar…”. Todo el tinglado se viene abajo cuatro días después, la noche del viernes entramos felices en la plaza liberada y nos volvemos a marchar unas horas después, sin reinstalar el puesto de información. ¿Para qué? “Cada guerrillero es un centro de comunicaciones”. Es la mejor prueba de que no se trata de una cuestión de propiedad sobre el territorio.

Los árabes estaban luchando por la libertad, un placer que sólo disfruta el hombre cuando está vivo (L)

Los hombres, al ser irregulares, no eran unidades, sino individuos y una pérdida individual es como un guijarro que cae al agua: el golpe podrá ser breve, pero su ausencia la nombran anillos de pena. El ejército árabe no podía permitirse tener bajas (L)

La de Lawrence es una estrategia de sustracción. El enemigo no es combatido, sino abandonado y desorientado (WM)

No se trata de rehuir el conflicto, sino de plantearlo en los propios términos: no tanto de superficie, como de profundidad. Lawrence se preguntaba: “¿Cuántos turcos serían necesarios para contener un ataque en profundidad, en el que la sedición alzara la cabeza en cada una de las 100.000 millas cuadradas sin atrincherar?” Y nosotros podemos hacernos la misma pregunta: “¿Cuántos policías serían necesarios para contener un ataque en profundidad, en el que la sedición alzara asambleas en cada una de las plazas de Madrid?”

En realidad nuestro peor enemigo somos nosotros mismos. Nosotros mismos cuando pensamos a la turca. Y pensamos a la turca cuando aceptamos la definición del conflicto como enfrentamiento directo entre dos bloques simétricos. Ahí perdimos, perdemos y perderemos. Las autoridades políticas deseaban locamente el siguiente escenario: nosotros armados con palos y cascos tratando de traspasar los cordones policiales y de recuperar Sol. Choque frontal. Dinámica abstracta y completamente autorreferencial. Decenas de heridos y detenidos. Decenas de anillos de pena y rencor. División en el movimiento entre “violentos” y “no violentos”. Espiral interna de acusaciones y denuncias. Aislamiento y criminalización progresiva. Como explica Lawrence, las batallas son imposiciones de los fuertes sobre los débiles, la estrategia del débil es la no-batalla.

¿Cómo iban los turcos a defenderse? Sin duda con una línea de trincheras, siempre y cuando los árabes fueran un ejército que atacara con las banderas al viento. Pero supongamos que fueran una influencia, algo invulnerable, intangible, sin frente ni retaguardia, que se mueve como el gas… Los árabes eran como un vapor llevado por el viento. Nuestros reinos estaban vivos en la imaginación de cada uno (L)

Algo invulnerable, intangible, sin frente ni retaguardia… Sin jefatura, ni cuartel general, ni identidad acabada (antisistemas, izquierda…). Nada que se pueda capturar, desmantelar, ocupar, señalar. Como dice Anonymous en sus comunicados, somos todos y estamos en todas partes.

Pensamos a la turca cuando valoramos que el verdadero logro es la conquista de un territorio. Ya hubo mil discusiones al respecto cuando se debatía la oportunidad de levantar la acampada. Sol no es una patria, sino un símbolo. El símbolo de otra forma de hacer las cosas, otra narración del mundo y otro marco de lo posible. ¿Un símbolo necesita algún tipo de materialidad? Sin duda, pero la materialidad del símbolo-Sol no son tanto las lonas y las tiendas, como nuestros comportamientos, nuestras formas y nuestra visión. Horizontalidad, respeto, inteligencia colectiva, inclusividad, noviolencia activa… Sol es un estado mental, no un espacio físico. Es una ficción infinitamente reproducible (en otros sitios) y redefinible (con otros contenidos), no una entidad cristalizada en unas características fijas.

Si Sol había sido ocupado, entonces se trataba de convertir toda la ciudad en Sol.

El punto de fuerza del guerrillero reside más en la capacidad de contagiar con sus propias ideas a la población civil que en la eficacia militar directa. El conflicto no es físico, sino moral, político (WM)

Basta con que un solo dos por ciento de la población se levante en armas, si el restante 98% practica la resistencia pasiva y, llamémosla así, una presión psicológica sobre el ejército enemigo (WM)

La revuelta debe contar con una población amistosa, no activamente amistosa pero simpatizante hasta el punto de no desvelar los movimientos rebeldes al enemigo (L)
Sin duda éramos muchos, sobre todo para ser agosto. Nadie contaba con ello, es seguro que las autoridades hicieron otros cálculos cuando decidieron desalojar Sol. Pero en todo caso, seguíamos siendo una minoría. ¿Dónde está la fuerza de esa minoría? No es cuestión de número, no es cuestión de capacidad de choque, ¿entonces? ¿Por qué la policía permitió nuestros recorridos instintivos y espontáneos por la ciudad?

La fuerza está, como en el caso de la mismo acampada en Sol, en el vínculo vivo con lo que Juan Gutiérrez llama “la parte quieta del movimiento” y Lawrence “población amistosa”. Es la gente que no participa en las instancias organizativas del 15-M, pero se siente concernida por el movimiento y lo apoya cómo y cuando puede. Esa simpatía no es algo banal. Por el contrario, como dice Wu Ming ejerce una resistencia psicológica decisiva sobre el enemigo: ¿a qué me arriesgo si reprimo a los manifestantes? ¿Qué corrientes de opinión levantará? ¿Cómo se traducirá eso en las elecciones? El 15-M no son sólo los que están ahí, en la calle o en las asambleas, sino una energía que circula dentro y fuera. A la minoría que mantiene vivo el lazo con la parte quieta del movimiento la llamaremos minoría mayoritaria.

En una asamblea donde se discutían las estrategias posibles de acción frente a la ocupación policial de Sol, alguien dijo: “recordemos siempre que nuestras acciones no son sólo nuestras”. Creo que pensaba en la parte quieta del movimiento: qué tipo de lenguajes y acciones nos permiten mantener vivo el vínculo con ella, cuáles por el contrario nos alejan. A la minoría que ha perdido el lazo vivo con la parte quieta del movimiento la llamaremos gueto. El poder está deseando vérselas con un gueto, lo pide a gritos. Un gueto es débil, porque está aislado o incluso tiene a la población en contra. Nuestras acciones no son sólo nuestras, hay que cuidar un espacio donde otra mucha gente pueda reconocerse y sentirse implicada. Ver  y escuchar más allá de uno mismo, preservar la fuerza del anonimato.

Convertir a cada individuo en simpatizante y amigo (L)

Es interesante reflexionar sobre los insultos que recibe el 15-M: perros, ratas, alimañas, piojos, chinches. Es como si nos quisieran deshumanizar negándonos la capacidad de hablar. Así no se insulta a un adversario (al que estamos obligados a reconocer), sino a un enemigo (al que se pretende simplemente eliminar). Destruir al otro implica desconocerle primero. Para contrarrestar la fuerza destructiva de los estereotipos la gente del 15-M ha hecho desde el primer día un grandísimo esfuerzo de humanización, hablando en primera persona, como uno más, como uno cualquiera, buscando la empatía, el reconocimiento (“somos como tú”) y un acercamiento sensible al otro. Incluso con la policía, en momentos de mucha tensión. “Vemos personas bajo los uniformes”, se cantaba en Sol. Personas bajo los uniformes, personas bajo los estereotipos, es lo mismo. Lo común es la humanidad.

El enemigo es una contingencia, no un referente de acción (WM)

La presencia o ausencia del enemigo es un asunto secundario (L)

La guerrilla de Lawrence no es una guerrilla anti-turca. No se define a partir de los turcos ni se dirige contra ellos. La libertad que promueve no es una “libertad contra”, sino más bien “libertad de” o “libertad para”. No es una guerrilla que establezca una frontera clara con lo que “no es guerrilla”, sino que más bien tiende a ensanchar sus límites, incluyendo todas las simpatías porque cada una es importante y puede tener su papel. De ese modo no está aislada y, por tanto, no es débil. Se basa más en la construcción de otros puntos de partida para el pensamiento y la vida que en la simple negación que no sale del círculo de lo negado. Es activa, no reactiva. No razona a partir de principios ideológicos consignados en alguna tabla de la ley, sino que piensa concretamente qué aumenta su potencia, es decir, su capacidad de actuar. Qué alianzas, qué acciones, qué movimientos. Se expresa mucho más en la alegría de estar juntos que en la voluntad resentida de revancha. La guerrilla de Lawrence es lo más contrario a una figura o posición victimista. No se queja ni maldice su suerte. No busca chivos expiatorios, ni cultiva interiormente el sentimiento de inferioridad. No repite incansablemente lo malos que son los turcos (y lo buenos que son los árabes por contraste). No espera pasivamente respuestas exteriores, ni busca la salvación en el castigo al otro. Se hace responsable de sí misma y de la marcha del mundo. Produce nueva realidad, no sólo sufre y denuncia la que hay.

Estoy hablando de la guerrilla árabe según Lawrence, pero pienso también en lo mejor del 15-M.

Los fundamentos de la guerrilla-movimiento son por tanto dos: la movilidad, como mejor arma de defensa; y el pensamiento, como mejor forma de ataque. Sustraerle los blancos al enemigo y “convertir a cada individuo en simpatizante y amigo” son las claves de la victoria (WM)

Tendremos que tenerlo muy presente los meses que vienen si no queremos dejarnos encajonar en los callejones sin salida represión/reacción o en el tablero de ajedrez político de “las dos Españas”.

Amador Sabater 18 de agosto de 2011
 
Las fotos son de Daniel Bobadilla