16 de diciembre de 2011

¿Qué es profundizar el modelo?

Durante la última campaña presidencial comenzó a circular en los discursos oficiales la idea de “profundizar del modelo”. Desde entonces y hasta ahora, en pleno inicio del segundo mandato de Cristina, la expresión recorre el espectro político en torno al gobierno. ¿A qué se refiere esta fórmula de la cual hacen uso por igual los representantes del empresariado y de los trabajadores? ¿Qué es ese modelo del que todos hablan?
 
El modelo parece ser el lugar donde cada sector puede depositar sus expectativas para los años por venir. Tanto en los anuncios oficiales como en las manifestaciones de diferentes actores de la política y la economía, se lo evoca en relación a medidas de orden económico. “Profundizar el modelo es aumentar el poder adquisitivo del salario de los trabajadores”, dicen los gremialistas; mientras que para la UIA implica “que haya más previsibilidad jurídica”. La presidenta, en tanto, habla de “profundizar un modelo de país para todos".  
 
El efecto más claro de sentido es el llamado a no cambiar de rumbo. El sintagma es, ante todo, una confirmación, una opción por lo que ya se ha optado. ¿Qué es eso que ya se tiene y se quiere conservar? Puede ser que, más que a un conjunto de medidas vinculadas con el salario o con las condiciones del capital, ese deseo se refiera a la capacidad de preservar un cierto ánimo general. El modelo no sería una forma ya armada que se sostiene a través del tiempo, sino que lo que se mantiene y se perfecciona es un estilo de reacción ante las contingencias.
 
Se trata de una forma de gestión, asociada a la palabra modelo en una suerte de respuesta a los modelizadores, a las almas que esperan del estado una palabra de confianza en la consistencia del momento económico, que involucra la consistencia del momento social. Si en los ´90, la búsqueda de estabilidad económica terminó por desencadenar una potencia desestabilizadora en la sociedad, después de 2001 las decisiones económicas no pueden ya menospreciar la variable social.  
 
Intentemos reconstruir el trayecto que va de la crisis del “Modelo” de “los 90” al actual. Y hagámoslo a partir del hilo rojo del ciclo de luchas que une y separa ambos “modelos.
 
Podemos situar entre 1998 y 2003 un período caracterizado por una gran conflictividad, que tuvo, al menos, cuatro fuerzas centrales: las puebladas, el surgimiento de HIJOS y los escarches de los organismos de Derechos Humanos, los movimientos piqueteros y la creación de la CTA. Frente a un estado enlazado explícitamente con el mercado, visto como corrupto, sectario e incapaz, se desplegó una enrome activación social y productividad política que se puede definir, en sí misma, como autónoma. No se trataba de una ideología o de un discurso autonomista, sino de un momento de autonomía.
 
Ese autonomismo como momento de la movilización social se vio sacudido en junio de 2002 con el asesinato de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán. Si hasta ese entonces se había leído en el estado una ausencia que ponía a la política del lado de la sociedad, que hacía de la política una cuestión de la vida cotidiana, la reaparición de un estado represor volvió a poner a lo estatal en el escenario. Con las muertes en el puente se inició una reacción de los movimientos sociales contra los grupos considerados ideológicamente autonomistas, vistos como responsables de una mirada que había ignorado al estado.
 
Puede que esto haya sido, entre otros acontecimientos, lo que preparó el ambiente para la politización estatal, desde arriba, que sobrevendría a partir de 2003. El estado volvió a catastrar las tierras de la política con su herramental de símbolos, de partidos, de líderes y de votos. Gran parte de los movimientos surgidos en el período 1998-2003 se incorporan a ese proceso de “repolitización del estado” que es una estatización de lo social.
 
De una reconsititución de la relación entre estado y sociedad así gestada proviene, quizás, la idea de modelo de la que se habla en estos días. Un modelo que se asocia a medidas de tipo económico, pero que difiere del de los ´90 en tanto se sabe, en primer lugar, organizador de lo social. Ya no se trata de adoptar una fórmula económica y mantenerla a través de los años, sino de crear un modo inteligente de conservar la estructura económica a pesar de las mutaciones sociales.
 
En este sentido, si “modelo” es el modo en que se nombra un conjunto de mecanismos de “acoplación” de lo social a una forma de organización económica, podemos decir que la autonomía es la base del modelo. Profundizar el modelo es actuar cada vez con mayor eficiencia frente a lo que excede este modo de producción y de estructuración de lo social. Sin autonomía, sin lo que sigue generando formas de vivir propias, sin ese catalizador de diferencias sociales, no haría falta modelo.
 
A la vez, que modelo nombre una implicancia entre economía y sociedad puede que sea un aprendizaje de la clase política a partir de esas movilizaciones, hoy en parte absorbidas por el estado. La autonomía no surge como una opción política, sino que es una forma de subjetivación ligada a los modos de vida. En ella, lo político no está separado de lo social y lo social no está separado de lo económico. El modelo puede ser aquello que trata de suturar la distancia que se abre cuando las formas de propiedad se oponen a las formas de vida, y generan una esfera política encargada de la mediación.
 

2 de diciembre de 2011

Notas de la coyuntura argentina

Colectivo Situaciones

La consigna del momento es “profundizar el modelo”: ¿hay modelo? Quién lo sabe. Hay información variada e impresiones distintas entre los compañeros. Como nunca las creencias crecen en cada quien con independencia de la participación en luchas efectivas. Y más bien determinadas por el consumo mediático, los hábitos personales y los espacios de cercanía habituales.

Partimos del hecho que luego de la crisis de 2001 se han recompuesto tanto las vías de acumulación, como los modos de gobierno social. Y que a esta coexistencia es a lo que se le llama “el modelo”. Los diferentes modos de adherir a él constituyen por sí mismos una de las principales diferencias con aquello que llamamos hoy “el modelo neoliberal de los años 90”.

Si organizamos el calendario político tenemos en el 2001 la irrupción de luchas biopolíticas y antineoliberales[1]. Lo primero explica la dinámica de las politizaciones por abajo, así como la ejecución de no pocas reformas hechas desde arriba. Lo segundo permite comprender la rápida recomposición de una legitimidad política de parte del estado.

Nuestra impresión es que en estos últimos tiempos acabó por consolidarse un “ultra-centro”[2] -bien centrípeto- que surge de una puesta en equivalencia de –por los menos- tres componentes: un polo exportador-extractivita generador de divisas, un polo fundado en una retórica tecnológica-industrialista, y un polo fundado en la dinámica de “derechos” (sociales y humanos).

El triángulo que surge de esta puesta en equivalencia tiene por efecto central hacer cada vez más difícil pensar cada una de las dinámicas involucradas con independencia entre sí.

Desconocemos si el efecto de extrema estabilidad que surge de esta estructura (y se refrenda en el terreno electoral) pueda sostenerse mucho tiempo en relación al panorama global. No alcanzamos a ver hasta qué punto la reorganización del gasto público, de subsidios, la inflación y los conflictos gremiales en marcha llegan a afectar de un modo decisivo la dinámica de este ultracentro, es decir, si se trata más bien de reajustes necesarios en la misma lógica o si llegan a abrir nuevas perspectivas.

En todo caso no podemos descartar para nada que el ultracentro se fortalezca, incluso soportando niveles de conflictos internos más fuertes, unificándose por arriba en el manejo de la crisis.

Algo más sobre este ultracentro. Es cierto que así presentado parece que estuviésemos excluyendo una de las dinámicas centrales del presente político argentino: la cuestión de los medios de comunicación y lo que podemos llamar, a grandes rasgos, el nivel de lo “simbólico”. ¿Cómo podemos pensar las mutaciones actuales sin desdeñar este nivel?

En realidad, el ultracentro posee una potencia simbólica enorme. Sus imágenes claves son: industria, exportación, tecnología, crecimiento, estado, inclusión, derechos … y ya vimos que la eficacia de este vocabulario no es poca.

Estamos tentados de argumentar que el ultracentro sobre-determina el nivel comunicativo (las palabras, los enunciados, el uso de los símbolos). Y en esa sobre-determinación se demuestra la potencia política –ella misma fuertemente simbólica- del triángulo. Esta potencia funciona, por ejemplo, cuando verificamos las mil formas diferentes, sino opuestas, de adherir a este ultracentro. Al menos una por cada uno de sus vértices. Desde la militancia comprometida con los derechos humanos y sociales se arma una cierta narrativa. Desde el polo tecno-industrial otro tanto. Y, como se sabe, el ángulo sojero aporta lo suyo (habiendo vencido al gobierno en el conflicto por la resolución 125, en 2008, sobre las retenciones a las ganancias de este sector).

Y luego hay, por supuesto, mil cruces. Conflictos que no rompen los marcos del asunto, sino que lo dinamizan. Como parte de este juego hay que ubicar a sectores “críticos” que intentan hacer su juego dentro del gobierno, como la asamblea de intelectuales Carta Abierta. O la existencia de un nuevo funcionariado-militante. Estos componentes afectan –se lo ha visto con la Ley de Medios- la dinámica del debate político fuertemente centrado en los medios de comunicación.

Podemos decir que los medios mismos son parte del dispositivo del ultracentro, y no algo ajeno al mismo, incluso cuando la división entre medios oficiales y opositores sea extremadamente marcada.

Luego están los fenómenos de masas, que agregan una tonalidad mítico-festiva al proceso. Hay una serie nada despreciable que se arma con los festejos del bicentenario en mayo del 2010, la asistencia multitudinaria al velorio de Néstor Kirchner y, finalmente, las elecciones más recientes.

Pero no hay luz sin sombras, y toda esta movilización tiene un reverso, una serie “oscura” compuesta por una sucesión de asesinatos, puebladas, luchas gremiales y tomas de tierras, que en los últimos años han enfrentado a las fuerzas de seguridad federales y provinciales, y a grupos de choque sindicales o coaligados con autoridades estatales que han enfrentado y reprimido a jóvenes de los barrios, comunidades indígenas, y militantes sociales con un número considerable de muertos (bien arriba de la decena).

Se trata de la cara oculta de la inclusión, que incluye la circulación de microfascismos sociales y de instancias gubernamentales completamente reaccionarias que constituyen la cara “vergonzoza” de este ultracentro.

El ultracentro, el triángulo, no es exactamente equivalente al kirchnerismo. Sí se puede decir, en cambio, que el consenso ultracéntrico sólo puede ser gobernado hoy por Cristina Fernández de Kirchner. Pero los alcances políticos de este consenso abarcan al conjunto del peronismo y a parte de la derecha política victoriosa en la Ciudad de Buenos Aires así como a buena parte del centroizquierda.

La semana pasada un grupo de matones al servicio del grandes inversionistas sojeros atacaron, armados, a un grupo de militantes del Movimiento Campesino de Santiago del Estero (Mocase)-Vía Campesina, causando una muerte, un herido de bala y un herido por golpes. Si sumamos esta violencia a los casos del llamado gatillo fácil, o los atropellos a las comunidades Qom (también con conflictos armados, con varios muertos), así como la muerte de varias personas en casos de tomas de tierras y la existencia de nuevos conflictos gremiales, se llega a ver con mayor claridad quiénes son los auténticos excluidos de este ultracentro.

La pregunta hoy por hoy, creemos, es menos cómo se rompe ese triángulo (sobre todo porque no está claro qué significa ni quién podría hacerlo) y más qué prácticas producen subjetividades no-centristas.

El ultracentro es ultra político y a la vez hiper-despolitizante. Si no fuera ultra político el kirchnerismo no podría gobernarlo y la situación sería mucho más compleja. Y es despolitizador en la misma medida que vuelve a la política completamente interna respecto de la estructura de gobernabilidad. Esta despotenciación política es muy evidente, por el momento, en los “movimientos”.
 
[1] Seguimos a César Altamira en esta distinción. Sólo que proponemos una disyunción inclusiva a una exclusiva como modo de dar cuenta de la complejidad de la situación.
[2] Coincidimos plenamente con César Altamira en su cita a Balibar del extremo-centro. Cuando utilizamos previamente la idea de “ultra-centro” desconocíamos esta fuente.