7 de mayo de 2012

Humor político: ¿cómo piensa Tinelli?

Nos preguntamos por el humor político en estos años, por ese campo que contiene a los personajes de Capusotto y a la revista Barcelona, pero donde nos gustaría centrarnos en la figura de Marcelo Tinelli, en sus programas como discurso político. ¿Cómo piensa Tinelli? Una pregunta que exige tomar distancia del a priori de que Tinelli equivale a vanalización, brutalización, esterilidad política. Una pregunta que contempla la importancia que el conductor/empresario ha tenido en la producción de imágenes sociales en la Argentina de las últimas dos décadas.  

Sabemos más de Tinelli de lo que creemos saber, quizás porque muchxs de nosotrxs nos criamos con él, crecimos con el televisor en el centro de la casa y con la familia reunida en torno a la cabeza trituradora de alfajores del conductor oriundo de Bolivar. Una cefalía muy particular, que sostiene un clima espectacular aunque cotidiano, característico de la televisión argentina del último tiempo. 

Podemos pensar a Tinelli como el gran padre simbólico del espectador. Su mirada orienta la mirada sobre lo que pasa en el escenario. Su risa organiza la risa del público. Él es el que cada año decide si en la TV argentina se ven cámaras ocultas o se votan bailarines frenéticos. Nuestra hipótesis, sin embargo, es que esa decisión está subordinada a una receptividad ultrasensible de lo que pasa en la sociedad en cada momento.  

Tinelli durante muchos años logró conectar con la afectividad de millones de personas. Hay momentos en los que ha hecho una intervención más clara sobre la política, como cuando armó Gran Cuñado (un reality show apócrifo de representantes políticos que la gente votaba o expulsaba, al aire entre los años 2001 y 2002) o cuando los presidentes y otros candidatos fueron invitados al programa en vivo. Pero suponemos que no hay menos cálculo político en los momentos en los que las figuras políticas quedan afuera de las pantallas de Showmatch.

Christian Ferrer cuenta que en el mismo momento en que Juan Manuel de Rosas enfrentaba en Caseros a las tropas inglesas, un ingeniero británico introducía la tecnología del cercado de campos con alambre. Es decir, que mientras en un nivel más formal de la política había un enfrentamiento con los poderes coloniales, la producción de saberes y tecnologías estaba reorganizando las formas de vivir en un sentido diferente. De ese segundo plano, del plano informal, quizás sea acerca del cual el fenómeno Tinelli nos da más información.  

¿Qué lectura del contexto social/político hace Tinelli cuando invita a la gente a ser famosa por treinta segundos en su programa o cuando convoca a las organizaciones barriales a bailar por un sueño con un famoso o una famosa? Hay una actividad en la sociedad –una hiperactividad social- que Tinelli percibe y con la cual fabrica un producto televisivo. Una actividad de aquel que accede, de la mano del conductor, al prime time de Telefe o de Canal 13 para cantar, bailar o mostrar alguna otra destreza, pero también una actividad del espectador. ¿Qué hace la gente con Tinelli? ¿Qué hace la audiencia con lo que ve?

Tinelli se presenta como un personaje mucho más hábil y más eficaz que los políticos para percibir los momentos de la sociedad y para generar interpelaciones exitosas. Puede que esa interpelación se base menos en una relación de padrinazgo y más en un vínculo de complicidad. El conductor se ríe de lo que se reiría el espectador. De Tinelli, a su vez, no se ríe nadie. El pacto de complicidad asegura al espectador que nadie se va a reír de él.

Hay un efecto de realismo que asegura esa complicidad y se monta sobre la universalidad de la risa, sobre la risa como el momento más espontáneo del comportamiento de las personas. A ese efecto documental no lo neutralizan los discursos que denuncian la ficcionalidad de la televisión. El alerta de “los medios mienten” no alcanza a Tinelli. Su programa parece navegar por fuera de las aguas de la ideología. Él, que aún nunca intentó transponer esa capacidad de interlocución social a la actividad política (la izquierda intelectual local no acertó al decir que el conductor sería el Berlusocni argentino), se mantiene cuidadosamente en ese plano de lo político informal, donde la complicidad es un efecto posible. 

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