Nos
preguntamos por el humor político en estos años, por ese campo que
contiene a los personajes de Capusotto y a la revista Barcelona, pero
donde nos gustaría centrarnos en la figura de Marcelo Tinelli, en sus
programas como discurso político. ¿Cómo piensa Tinelli? Una pregunta que
exige tomar distancia del a priori de que Tinelli equivale a
vanalización, brutalización, esterilidad política. Una pregunta que
contempla la importancia que el conductor/empresario ha tenido en la
producción de imágenes sociales en la Argentina de las últimas dos
décadas.
Sabemos más de Tinelli de lo que creemos saber, quizás porque
muchxs de nosotrxs nos criamos con él, crecimos con el televisor en el
centro de la casa y con la familia reunida en torno a la cabeza
trituradora de alfajores del conductor oriundo de Bolivar. Una cefalía
muy particular, que sostiene un clima espectacular aunque cotidiano,
característico de la televisión argentina del último tiempo.
Podemos
pensar a Tinelli como el gran padre simbólico del espectador. Su mirada
orienta la mirada sobre lo que pasa en el escenario. Su risa organiza la
risa del público. Él es el que cada año decide si en la TV argentina se
ven cámaras ocultas o se votan bailarines frenéticos. Nuestra
hipótesis, sin embargo, es que esa decisión está subordinada a una
receptividad ultrasensible de lo que pasa en la sociedad en cada
momento.
Tinelli durante muchos años logró conectar con la afectividad
de millones de personas. Hay momentos en los que ha hecho una
intervención más clara sobre la política, como cuando armó Gran Cuñado
(un reality show apócrifo de representantes políticos que la gente
votaba o expulsaba, al aire entre los años 2001 y 2002) o cuando los
presidentes y otros candidatos fueron invitados al programa en vivo.
Pero suponemos que no hay menos cálculo político en los momentos en los
que las figuras políticas quedan afuera de las pantallas de Showmatch.
Christian
Ferrer cuenta que en el mismo momento en que Juan Manuel de Rosas
enfrentaba en Caseros a las tropas inglesas, un ingeniero británico
introducía la tecnología del cercado de campos con alambre. Es decir,
que mientras en un nivel más formal de la política había un
enfrentamiento con los poderes coloniales, la producción de saberes y
tecnologías estaba reorganizando las formas de vivir en un sentido
diferente. De ese segundo plano, del plano informal, quizás sea acerca
del cual el fenómeno Tinelli nos da más información.
¿Qué lectura
del contexto social/político hace Tinelli cuando invita a la gente a
ser famosa por treinta segundos en su programa o cuando convoca a las
organizaciones barriales a bailar por un sueño con un famoso o una
famosa? Hay una actividad en la sociedad –una hiperactividad social- que
Tinelli percibe y con la cual fabrica un producto televisivo. Una
actividad de aquel que accede, de la mano del conductor, al prime
time de Telefe o de Canal 13 para cantar, bailar o mostrar alguna
otra destreza, pero también una actividad del espectador. ¿Qué hace la
gente con Tinelli? ¿Qué hace la audiencia con lo que ve?
Tinelli se
presenta como un personaje mucho más hábil y más eficaz que los
políticos para percibir los momentos de la sociedad y para generar
interpelaciones exitosas. Puede que esa interpelación se base menos en
una relación de padrinazgo y más en un vínculo de complicidad. El
conductor se ríe de lo que se reiría el espectador. De Tinelli, a su
vez, no se ríe nadie. El pacto de complicidad asegura al espectador que
nadie se va a reír de él.
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