22 de junio de 2012

Lanata y el triunfo del código progresista

¿Cómo se explica la relevancia política que tomó durante las últimas semanas la aparición de un nuevo programa televisivo del periodista Jorge Lanata?

En el marco de una oposición institucional insulsa, las tensiones discursivas se desplazan una y otra vez al escenario de la producción mediática. En estas arenas -que son desde siempre las suyas- se hace fuerte una de las figuras seminales del gen progresista de la cultura periodística de los años 90. Lanata se presenta como encarnación de aquella mirada crítica que a fines de la década del 80 dio lugar al diario Página/12, y que se dirige ahora contra el oficialismo kirchnerista.

Tras el cierre de diario Crítica (que fundó, dirigió y quebró durante el gobierno de los Kirchner) -y luego de ocuparse de algunos programas internacionales, un teatro de revistas y un espacio menor en un canal marginal de TV por cable- Lanata parecía haber quedado huérfano para siempre del amor de las clases medias argentinas. Alcanzó con que ciertas perspectivas económicas se ensombrecieran para que capas enteras de la sociedad volviesen a buscar en las voces del pasado explicaciones coherentes con su modo de experimentar el mundo.

Este es el sentido, la repercusión del discurso de Lanata coincide con el malhumor de una parte de una sociedad cuya referencia es el dólar y la semana de las (módicas) cacerolas.

Lanata agrega valor (legitimidad) a la alicaída estrategia comunicativa del Grupo Clarín en su disputa con el gobierno. ¿Qué aporta Lanata?: saber hacer televisivo y código progresista. Este código es reconocible en sus rasgos por la identificación con la víctima, cierta ironía pretenciosa, una ética denuncia y una adhesión a las causas de los derechos civiles y humanos.

La discusión sobre la autenticidad/credibilidad de las retóricas de gobierno en torno al que gira hace años el debate público se dirime ahora por entero en el terreno del progresismo, así definido. El aniversario reciente de Página/12, con discurso presidencial incluido, sirve para repasar esta historia que tiene ya algo más de dos décadas.

El progresismo a lo Página/12 se hizo fuerte, sobre todo defendiendo los derechos civiles y humanos, innovando en la ironía y atacando la corrupción. Periodistas –a esta altura míticos- como Horacio Verbsitsky son recordados por libros como “Robo para la corona”. Han pasado los años, y esa historia tuvo capítulos diversos. Entre ellos la frustración con el Frente Grande y con la Alianza. Pero la formula y el estilo se mantiene llamativamente fieles al inicio.

Ese inicio remite a la figura de Jorge Lanata; que apela ahora a esta larga memoria, para actualizar su fórmula y aplicarla contra el kirchnerismo. Como hizo durante el menemismo, pero en condiciones muy otras. Esa fórmula parece ser: “el kirchnerismo no es progresismo”. El kirchnerismo es falsedad, corrupción.

El universo kirchnerista denuncia a Lanata como un fraude y un traidor a sus nobles orígenes. Fue progresista, y ya no lo es. Desde su perspectiva, en cambio, el progresismo es pre-kirchnerista. La disputa por el progresismo se extiende a todos los contendientes. Y en ella Página/12 adquiere una dimensión mítica que no deja recordar con rigor su papel en los años 90.

En aquellos años su crítica de la corrupción fue más potente que la denuncia sistemática de la privatización del patrimonio público. Y su apoyo a la Alianza, de aquellos años, suponía moderar su cuestionamiento a la convertibilidad. Página/12 fue en sus inicios más un progresismo liberal que una expresión del nacionalismo popular.

El deseo de Lanata de heredar esa fórmula sobre fondo de formatos heredados del humor político de Tato Bores converge en un objetivo político bastante preciso: desenmascarar la autenticidad del “relato” de Cristina. En esa labor, se posiciona como uno de los pocos con capacidad de disputar el sentido al interior del “progresismo” que maneja parte del gobierno. Gran hallazgo para el Grupo Clarin, durante años enfrentado al periodista.

¿Qué nos dice esta reaparición de la figura del crítico en el escenario mediático? El crítico es aquel que capaz de expresar dentro del clima de su época una disputa por los modos de gestionar los valores dominantes, haciendo el contrapunto del discurso gobernante. ¿Qué efectos tiene este modo de encarnar la crítica? ¿Puede destrabar un lenguaje político codificado en la polarización cerrada? ¿O apenas alcanza a modular la voz de un sentido común reaccionario ya existente?

¿Qué potencia tiene hoy el discurso contra la corrupción? Quizás sea una retórica que sólo vuelve a tener presencia momentáneamente, resonando con los humores sociales. Tal vez se torne expresivo de otro tipo de problemas. Por ahora preferimos subrayar un malestar social creciente, y la necesidad de formas expresivas capaz de viabilizarlas ¿A qué formas de lenguaje da lugar ese malestar? ¿Qué expresiones propias tiene, que no pida prestadas al discurso liberal despolitizador de la transparencia y la anticorrupción?

5 de junio de 2012

La política más allá de la víctima: cuando el pensamiento se vuelve Zombi

¿Qué pasa cuando la política ya no puede hacerse en nombre de la víctima? ¿Cuando la víctima deja de comportarse como tal, empleando su boca ya no para expresar/demandar, sino para devorarse los términos mismos de toda narratividad que pueda hacerse en su nombre?
 
Llamamos “zombi” a la figura que irrumpe poniendo en crisis al razonamiento político. Razonamiento que abarca tanto al reaccionario que se victimiza a sí mismo viendo al otro como una amenaza, una presencia monstruosa sin razón ni causa, planteando que la violencia es horizontal, entre modos de vida; como aquella mirada progresista que deposita en la figura de la victima los efectos de un sistema social injusto, sobre el que todos somos responsables. El zombi impide pensar en términos de identidad, de competencia o de inclusión.

La aparición del zombi plantea una pregunta: ¿cómo vamos ahora a practicar la educación, la paternidad/maternidad, el trabajo social, la representación política, las prácticas artísticas, las dinámicas administrativas, los potenciales de la economía y del trabajo? Desde que los zombis deambulan por aquí, se multiplican los intentos por “eliminarlos para vivir tranquilos”, o bien de volverlos victimas “a proteger”. En ambos casos se intenta neutralizar la inquietud que (nos) genera lo Zombi.

Comer es usar la boca de otra manera: no para hablar (la palabra ya no importa, las palabras están “mal muertas”), sino para comerse a los otros. Ver al otro como presa, calcular sus movimientos, la consistencia de sus tejidos, la frecuencia de su respiración. Y el encuentro con el zombi es el encuentro con un cuerpo no-victimal en el sentido de sus comportamiento sorprende, es capaz de afecciones corporales que asustan, subyugan.

La elección de Estación Zombi1 de proyectar estos rasgos monstruosos sobre la niñez, pibe en la calle o en un tren, acaba por destrozar las expectativas redentoras sobre nosotros mismos, frustrando todo ideal del otro como desamparo, nuda vida a emancipar. Si el canibalismo es el límite de toda política, el pibe-zombi-caníbal es la pregunta límite a la cual toda política debiera dar lugar.

Por inquietante que resulte, no podemos consolarnos pensando que, después de todo, los pibes y las pibas de los barrios, que actuaron en la película “Estación zombi” (Barrionuevo Tóxico, 2012) están jugando, actuando, representando un papel, una ficción. Que el Zombi es solo una metáfora.

Una evidencia impide la coartada: a los pibes se los ve demasiado cómodos haciendo de zombis; asumen el papel con facilidad, sin necesidad de mayor información o entrenamiento. El pibe zombi es el despliegue de una amoralidad, el producto de un contexto, una historia, unas economías, unos encuentros. El desarrollo de unas vidas.

Las políticas progresistas, culturalmente mayoritarias, enuncian “hay víctimas/ a esas víctimas hay que incluirlas”. ¿Qué pasa cuando este sistema enunciativo falla? El progresismo es más que una política. Es un sistema de percepciones. ¿Qué sucede cuando estas percepciones ya no rigen el orden de los encuentros? La pesadilla de todo modo de ser es descubrirse inoperante.

La aparición del zombi liquida toda dialéctica: ni base para una nueva política de inclusión, ni romanticismos revolucionarios. Con el zombi llega la pregunta, la más dramática para nuestros hábitos morales y perceptivos: ¿y si el zombi fuese el aviso, el signo, la señal de que el progresismo ha perdido toda eficacia para pensar las situaciones que enfrentamos? Una pregunta última se nos impone, como efecto de las preguntas que nos hemos hecho hasta aquí: ¿Qué resultaría del ejercicio de pensar diferentes situaciones políticas sin apelar a la figura de la victima?

1Estación Zombi es un film/cuaderno de Barrionuevo Tóxico, Ediciones Barrilete Cósmico, Tinta Limón Ediciones, Buenos Aires, 2012