Progresismo,
oprimidos y victimas
La palabra y la noción de ser “Progresista” son esas cosas
tan usadas y tan poco definidas porque todos supuestamente sabemos ya lo
que quieren decir. Pero podemos aventurar que una parte significativa
de la tradición progresista en política puede rastrearse y mapearse en
su relación con los oprimidos, los proletarios, los miserables de la
tierra
La tradición del progreso
Como está implícito en su nombre, una parte esencial de la
tradición progresista está atada a la noción de una senda empinada pero
ascendente para la humanidad. Esta noción no se abandonó incluso cuando
se perdió la ilusión de que dicho progreso era automático e inevitable.
Dicha senda ascendente ofrece la perspectiva de un futuro en el que las
injusticias sean corregidas. En occidente, esta noción nutrió el ideal
iluminista, aggiornamiento de valores esenciales provenientes de la
tradición cristiana. Y como en el mismo cristianismo, el progresismo
heredó en gran medida la tensión entre la lucha por la justicia y la
sacralización de las víctimas de la injusticia.
“Bienaventurados los que tiene hambre y sed de justicia,
pues serán saciados” dice el Nuevo Testamento, y una parte de la
historia del progresismo puede entenderse como inclinarse más por la
primera o la segunda parte de esa oración.
La identidad de Víctima y la política de la identidad
La posmodernidad trajo aparejadas una miríada de identidades
buscando reconocimiento y legitimidad, un cambio en la subjetividad
humana acompañado de cambios complementarios en las esferas tecnológica y
económicas.
Habiéndose
aparentemente perdido el horizonte de una lucha por la justicia en el
marco de una sociedad que progresa cobró más fuerza la representación
del progresismo como la defensa de identidades percibidas como víctimas,
sea la defensa por parte de las mismas identidades-víctimas o de otros
que asumen la defensa como un deber.
El problema surge cuando esta identificación de una
determinada identidad con tal condición de víctima se reifica, se
esencializa. puede ocurrir como una imposicion condescendiente de grupos
más privilegiados que se “dignan” ayudar a los menos favorecidos.
Quizás sea una táctica política del grupo-victima para obtener alguna
ventaja. El resultado es que una vez asignadas esas esencias son
difíciles de eliminar en tanto que colorean cualquier trato y relación y
oculta mucho más de lo que revelan, negandole a priori a las victimas
agencia propia y la capacidad de ser algo distinto de victimas
Ciertamente no se puede volver a la nocion antigua e ingenua
de progreso. Tampoco considero deseable un retorno a un universalismo
cargado de particularismos disimulados. Pero podemos señalar que sin un
cierto sentido de universalidad se hace muy difícil articular una lucha
por la justicia desde un lugar distinto al de las víctimas esenciales.
La lucha por la justicia se diferencia de la protección de las víctimas
en tanto que la primera parte de concebir al ser humano de enfrente no
como un “igual”, sino como un hermano, mientras que en la segunda
concepción el otro esta infinitamente distanciado de mi encerrado en sus
identidades y víctima por siempre
Cuando
se pierde la noción de universalidad, incluso una universalidad vana y
eurocéntrica, por las identidades fragmentarias y posmodernas se pierde
una nocion basica de justicia como reparaciones de hermano a hermano, y
se convierte en lucha por las migas que se caen de la mesa. Somos hijos
de Adán y Adán fue creado del polvo.
Adrian Yalj
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