6 de octubre de 2012

¿A qué suenan las cacerolas?


El 13 de septiembre hubo cacerolazos masivos en diferentes centros urbanos del país. No es la primera vez que suenan las cacerolas en Argentina, el antecedente más visible son las manifestaciones de diciembre de 2001. En aquel momento, el ruido de las cacerolas de los barrios más acomodados se modulaba según la tónica de los cortes de ruta de los desocupados provenientes de las periferias. Si antes la lucha era una sola entre piquete y cacerola, hoy ¿el cacerolazo quedó sonando solo? ¿O es en dueto con algún otro sector?

Los piquetes en el 2001 eran una forma de interrupción de la maquinaria social por parte de aquellos que no participaban de sus engranajes: los desocupados, que habían quedado en lo márgenes del habitus exitista y consumista que recubrió la década de los ´90 en el país. Junto a los piqueteros, construían su discurso las clases medias urbanas al momento de salir a la calle. Unas clases medias que, vale decir, también se habían visto empobrecidas y precarizadas o  desempleadas.

Hoy nos preguntamos, a modo de hipótesis, si la alianza de los cacerolazos -esta vez más solapada y sin rima que la nombre- es con el proceso iniciado por Hugo Moyano desde su alejamiento del gobierno de Cristina. Si así fuera, veríamos el viejo “piquete y cacerola” desplazado por un “salario y cacerola” o, bien, “sindicato y cacerola”.

La nueva dupla podría explicar por qué resulta insuficiente identificar a los cacerolazos con un sector blanco y de clase media/alta. Esto, teniendo en cuenta tanto que las cacerolas sonaron también en barrios periféricos, como el hecho de parte importante del apoyo al gobierno es de extracto medio/alto (el llamado progresismo).

Moyano, cuyo discurso se basa en la defensa de los asalariados, en particular de los pertenecientes a su gremio, los camioneros, desde hace unos meses comenzó a criticar a la presidenta por “no escuchar a la gente”. “La gente” -el “conjunto de vecinos” de la retórica macrista-, una denominación que parece interpelar a los sectores medios urbanos mucho más que la de “pueblo trabajador”. Puede ser que el líder sindical esté ampliando su lenguaje para incorporar las demandas de esos sectores, desamparados de un liderazgo político de oposición.

Así como en el 2001 los caceroleros identificaban su lucha con la de un sector no-asalariado y empobrecido, en la actualidad quienes empuñan sus cacerolas se hacen eco de un discurso de defensa del trabajador, de sus ingresos (contra el impuesto a las ganancias) y de su capacidad de consumo (contra el cepo al dólar). Es una protesta también dirigida contra los que no trabajan y contra las políticas sociales del gobierno.

¿Qué pasó con uno y otro sector aliado en 2001? Podemos conjeturar un devenir sociológico donde de aquellos que se movilizaron en los piquetes durante los '90 hoy una fracción puede estar inserta en el mercado formal de trabajo, pero es probable que buena parte pertenezca al mundo del empleo informal y, también, de los planes sociales. Los cacerolazos, que hace 10 años marcharon junto con los piqueteros, hoy en buena medida marchan contra ese sector, al calor de la recomposición de un actor social, que es “el trabajador”.

Enumeramos las demandas por las que redoblan las cacerolas: no a la inseguridad/delincuencia; no al control de cambio y liberación del mercado de divisas; no a la corrupción y el manejo arbitrario de los fondos por parte del gobierno, no al gasto público y al clientelismo, no a la Ley de Medios y al enfrentamiento con Clarín. Podríamos resumir a todos en la demanda de “seguridad”, entendida como defensa de la propiedad privada: protección y libre uso del patrimonio, tanto el personal como el de las empresas. 

Desde Moyano hasta Scioli, en el arco opositor que se fue gestando dentro del kirchnerismo, nadie deja de hablar de “seguridad”. El trabajo se asocia a la población en riesgo, la población con acceso legítimo al consumo, que puede ser víctima de un ataque a la propiedad privada. Del otro lado, los no-trabajadores son vistos como los que delinquen, los que reciben planes sociales, los del gasto (del estado sobre ellos y suyo en el consumo) ilegítimo.       

El caso es que Moyano no podrá aspirar a la representatividad a la accede Cristina mientras siga ocupándose tan sólo de los trabajadores. La presidenta, en cambio, es la abanderada de los consumidores, no de los pobres, tampoco de las clase media que mira a Miami de los '90: el consumo es una transversal del clase. Desde el gobierno, los derechos no se asocian ya a un sujeto trabajador sino al sujeto de consumo: el ciudadano-consumidor; algo que distingue con claridad al kirchnerismo del viejo peronismo. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario