El 13 de septiembre hubo
cacerolazos masivos en diferentes centros urbanos del país. No es la primera
vez que suenan las cacerolas en Argentina, el antecedente más visible son las
manifestaciones de diciembre de 2001. En aquel momento, el ruido de las
cacerolas de los barrios más acomodados se modulaba según la tónica de los
cortes de ruta de los desocupados provenientes de las periferias. Si antes la lucha
era una sola entre piquete y cacerola,
hoy ¿el cacerolazo quedó sonando solo? ¿O es en dueto con algún otro sector?
Los piquetes en el 2001 eran una
forma de interrupción de la maquinaria social por parte de aquellos que no
participaban de sus engranajes: los desocupados, que habían quedado en lo
márgenes del habitus exitista y
consumista que recubrió la década de los ´90 en el país. Junto a los
piqueteros, construían su discurso las clases medias urbanas al momento de
salir a la calle. Unas clases medias que, vale decir, también se habían visto
empobrecidas y precarizadas o
desempleadas.
Hoy nos preguntamos, a modo de
hipótesis, si la alianza de los cacerolazos -esta vez más solapada y sin rima
que la nombre- es con el proceso iniciado por Hugo Moyano desde su alejamiento
del gobierno de Cristina. Si así fuera, veríamos el viejo “piquete y cacerola”
desplazado por un “salario y cacerola” o, bien, “sindicato y cacerola”.
La nueva dupla podría explicar
por qué resulta insuficiente identificar a los cacerolazos con un sector blanco
y de clase media/alta. Esto, teniendo en cuenta tanto que las cacerolas sonaron
también en barrios periféricos, como el hecho de parte importante del apoyo al
gobierno es de extracto medio/alto (el llamado progresismo).
Moyano, cuyo discurso se basa en
la defensa de los asalariados, en particular de los pertenecientes a su gremio,
los camioneros, desde hace unos meses comenzó a criticar a la presidenta por
“no escuchar a la gente”. “La gente” -el “conjunto de vecinos” de la retórica
macrista-, una denominación que parece interpelar a los sectores medios urbanos
mucho más que la de “pueblo trabajador”. Puede ser que el líder sindical esté
ampliando su lenguaje para incorporar las demandas de esos sectores,
desamparados de un liderazgo político de oposición.
Así como en el 2001 los
caceroleros identificaban su lucha con la de un sector no-asalariado y
empobrecido, en la actualidad quienes empuñan sus cacerolas se hacen eco de un
discurso de defensa del trabajador, de sus ingresos (contra el impuesto a las
ganancias) y de su capacidad de consumo (contra el cepo al dólar). Es una
protesta también dirigida contra los que no trabajan y contra las políticas
sociales del gobierno.
¿Qué pasó con uno y otro sector
aliado en 2001? Podemos conjeturar un devenir sociológico donde de aquellos que
se movilizaron en los piquetes durante los '90 hoy una fracción puede estar
inserta en el mercado formal de trabajo, pero es probable que buena parte
pertenezca al mundo del empleo informal y, también, de los planes sociales. Los
cacerolazos, que hace 10 años marcharon junto con los piqueteros, hoy en buena
medida marchan contra ese sector, al calor de la recomposición de un actor
social, que es “el trabajador”.
Enumeramos las demandas por las
que redoblan las cacerolas: no a la inseguridad/delincuencia; no al control de
cambio y liberación del mercado de divisas; no a la corrupción y el manejo
arbitrario de los fondos por parte del gobierno, no al gasto público y al
clientelismo, no a la Ley de Medios y al enfrentamiento con Clarín. Podríamos
resumir a todos en la demanda de “seguridad”, entendida como defensa de la
propiedad privada: protección y libre uso del patrimonio, tanto el personal
como el de las empresas.
Desde Moyano hasta Scioli, en el
arco opositor que se fue gestando dentro del kirchnerismo, nadie deja de hablar
de “seguridad”. El trabajo se asocia a la población en riesgo, la población con
acceso legítimo al consumo, que puede ser víctima de un ataque a la propiedad
privada. Del otro lado, los no-trabajadores son vistos como los que delinquen,
los que reciben planes sociales, los del gasto (del estado sobre ellos y suyo
en el consumo) ilegítimo.
El caso es que Moyano no podrá
aspirar a la representatividad a la accede Cristina mientras siga ocupándose
tan sólo de los trabajadores. La presidenta, en cambio, es la abanderada de los
consumidores, no de los pobres, tampoco de las clase media que mira a Miami de
los '90: el consumo es una transversal del clase. Desde el gobierno, los
derechos no se asocian ya a un sujeto trabajador sino al sujeto de consumo: el
ciudadano-consumidor; algo que distingue con claridad al kirchnerismo del viejo
peronismo.
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